El grupo descendió de la pirámide con la certeza de que estaban más cerca de desentrañar los misterios del Mictlán. Mientras caminaban por el oscuro pasillo que los llevaba de regreso a la entrada, un susurro inquietante llenó el aire. Las sombras parecían cernirse más densas a su alrededor, como si algo estuviera despertando en las profundidades del laberinto.
Natalia frunció el ceño, alerta. «Algo no está bien. Siento una presencia oscura, como si las sombras mismas estuvieran cobrando vida.»
Miguel apretó la empuñadura de su linterna. «Hemos despertado algo al explorar la pirámide. Debemos estar preparados para lo que sea.»
De repente, las antorchas que iluminaban el pasillo parpadearon y se extinguieron. La oscuridad los envolvió, pero en medio de la penumbra, vieron destellos de ojos brillantes y formas indistintas moviéndose entre las sombras.
Juan instintivamente agarró la reliquia que llevaba consigo. «¡Nos están rodeando! ¿Qué es esto?»
Las sombras cobraron forma, revelando figuras espectrales y criaturas mitológicas que emergieron de la oscuridad. Eran guardianes ancestrales del Mictlán, seres etéreos encargados de proteger los secretos más profundos de este reino.
Natalia levantó una mano, intentando comunicarse con las sombras. «Somos buscadores de la verdad y guardianes de nuestra cultura. No venimos con malas intenciones.»
Las figuras se detuvieron momentáneamente, como evaluando las palabras de Natalia. Sin embargo, pronto retomaron su avance, revelando que no eran fácilmente persuadibles.
Miguel desenvainó una daga ceremonial. «Prepárense, estamos siendo desafiados por las sombras del Mictlán. Debemos demostrar que merecemos acceder a este conocimiento ancestral.»
El grupo se defendió valientemente contra las criaturas sombrías. Juan, con la reliquia en mano, canalizó la energía de los dioses para repeler a los guardianes espectrales. Natalia utilizó su conocimiento místico para entender los patrones de ataque de las sombras, mientras Miguel luchaba con habilidad y astucia.
A medida que avanzaban por el pasillo, las sombras parecían multiplicarse, como si el mismo laberinto conspirara en su contra. Cada enfrentamiento era una prueba de su determinación y vínculo con la cultura que buscaban proteger.
Después de una intensa batalla, las sombras finalmente se retiraron, disolviéndose en la oscuridad de la pirámide. El pasillo quedó en silencio, solo interrumpido por la pesada respiración del grupo.
Natalia miró a su alrededor, asegurándose de que las sombras se hubieran ido. «Eso fue solo un recordatorio de que el Mictlán no es solo un lugar físico, sino un reino lleno de fuerzas místicas que deben ser respetadas.»
Miguel limpió la sangre de su daga. «Hemos superado la prueba de las sombras. Ahora, más que nunca, debemos continuar con respeto y determinación.»
Juan asintió, sintiendo el peso de la responsabilidad. «Nuestro viaje es más complejo de lo que imaginábamos, pero no nos detendremos. Protegeremos y preservaremos nuestra cultura, incluso si eso significa enfrentarnos a las sombras del Mictlán.»
El grupo se reorganizó y continuó su travesía por el laberinto de los dioses, llevando consigo las lecciones aprendidas en la pirámide ancestral. Mientras avanzaban, sabían que el Mictlán aún guardaba secretos profundos y desafíos desconocidos, pero estaban preparados para enfrentarlos con valentía y respeto hacia la rica herencia que llevaban consigo. La búsqueda del artefacto sagrado continuaba, y con cada paso, su conexión con los dioses y su cultura se fortalecía.
Mantente al tanto de los nuevos capítulos de El Laberinto de los Dioses y continúa desentrañando lo más recóndito del Mictlán ¿Qué les espera al grupo de Juan, Natalia y Miguel? Descúbrelo en el siguiente capítulo. Suscríbete aquí o abajo en la caja de suscripciones.