El Iztepetl se alzaba ante ellos como un titán de piedra, su suelo cubierto de filosos pedernales que parecían ansiosos por herir a quienes osaran cruzar. El viento soplaba entre las piedras, creando un constante y agudo crujido que llenaba el aire. Cada paso en este reino se sentía como una punzada de dolor, una prueba implacable para los viajeros que buscaban atravesar este desafío.
El grupo avanzaba con cuidado, sus rostros tensos por el dolor que cada paso les infligía. El sol estaba en su punto más alto, y su calor intensificaba la sensación de ardor en sus pies heridos. El sonido de las piedras crujía bajo sus pies con cada movimiento, una cacofonía de tormento que les recordaba constantemente la dureza de este desafío. La montaña parecía resistirse a su presencia, como si el Iztepetl mismo estuviera dispuesto a poner a prueba su determinación.
Cada paso que daban sobre las rocas afiladas del Iztepetl se sentía como una prueba de resistencia. El suelo pedregoso estaba cubierto de pedernales que se clavaban en sus pies, causando un tormentoso dolor físico. Cada uno de ellos sentía el peso de la montaña en sus hombros, pero ningún miembro del grupo se quejaba.
En medio de este agotador desafío, Juan compartió sus pensamientos con el grupo, su voz entremezclada con el sonido de las piedras crujientes bajo sus pies. «Este lugar es implacable,» expresó Juan con un tono de agotamiento en su voz. «Pero no debemos ceder ante el dolor. Tenemos un objetivo que cumplir.»
Natalia, siempre había demostrado una determinación inquebrantable, observaba las piedras afiladas que cubrían el suelo. «Es como si el mismo camino estuviera diseñado para causar dolor físico a quienes lo atraviesan,» comentó Natalia, su voz elevándose por encima del ruido de las piedras. «Debemos estar preparados para lo que nos aguarda.»
Miguel, que anteriormente había enfrentado numerosos peligros en su vida, ajustaba su mochila con determinación. «Así es,» asintió Miguel con una expresión de resolución. «Nuestra misión es de vital importancia, y no debemos detenernos ante ningún obstáculo. Avancemos con precaución y unidad.»
Cada paso era un desafío físico y mental. Cada piedra que clavaba sus espinas en sus pies era una prueba de su voluntad. Pero el grupo se apoyaba mutuamente, recordándose constantemente su propósito y la importancia de su misión.
A medida que avanzaban, el viento comenzó a soplar con más fuerza, trayendo consigo el sonido agudo de las rocas chocando entre sí. Era como si el Iztepetl mismo estuviera dispuesto a probar su resistencia. Pero el grupo no se dejó vencer. Sus rostros reflejaban determinación a pesar del agotamiento.
Los kilómetros parecían eternos mientras avanzaban por el Iztepetl. Cada paso era una lucha contra el dolor, cada metro una prueba de su voluntad. Pero el grupo se apoyaba mutuamente, recordándose constantemente su propósito y la importancia de su misión.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, emergieron del Iztepetl, agotados pero victoriosos. Sus ropas estaban rasgadas y sus pies heridos, pero habían superado el lugar de los filosísimo pedernales.
Con una mirada de respeto hacia la montaña que habían conquistado, Juan habló de nuevo, su voz reflejando admiración y gratitud. «Hemos superado el Iztepetl. Este lugar nos ha puesto a prueba de maneras que nunca imaginé.»
Natalia, con una sonrisa de determinación en su rostro, agregó, «Pero seguimos adelante, y nuestra determinación no ha disminuido. Vamos a encontrar ese artefacto sagrado y proteger nuestra cultura.»
Miguel, mirando hacia el horizonte con orgullo, expresó, «Estoy impresionado por la fortaleza de este grupo. Sigamos adelante con la misma determinación y unidad.»
***
Con el Iztepetl en el pasado, el grupo se adentró en el siguiente nivel del Mictlán, listo para enfrentar lo que les esperaba en Tamoanchan, el lugar de los árboles altos. Sabían que más desafíos y secretos les aguardaban, pero estaban dispuestos a enfrentarlos con valentía y resolución.
Mientras avanzaban entre los árboles altos y frondosos previo a Tamoanchan, una sensación de ser observados los rodeaba. No pasó mucho tiempo antes de que Tepoz, el fiel guardián encomendado por Xolotl, se manifestara ante ellos nuevamente.
Tepoz, con su mirada sabia y penetrante, se dirigió al grupo con respeto. «Han superado desafíos impresionantes, pero aún quedan pruebas por delante. Este es un lugar de enigmas y maravillas, pero también de peligros. Deben estar alerta y unidos.»
Juan, Natalia y Miguel asintieron, reconociendo la importancia de las palabras de Tepoz. Habían llegado lejos gracias a su determinación y trabajo en equipo, y no tenían intención de detenerse ahora.
Tepoz continuó, «En Tamoanchan, estos árboles ocultan secretos ancestrales. Y deben aprender a escuchar la voz de la naturaleza y descifrar sus mensajes. Solo así podrán encontrar el camino hacia el artefacto sagrado que buscan.»
Natalia, con su habilidad para descifrar misterios, se adelantó. «Entendemos la importancia de esta tarea. Estamos dispuestos a aprender y a escuchar la sabiduría de la naturaleza.»
Tepoz sonrió, aprobando su respuesta. «Así es como deben ser. La naturaleza les brindará pistas y desafíos. Recuerden, la unidad y la empatía son sus mayores fortalezas. Continúen juntos y encontrarán lo que buscan.»
Con un gesto de despedida, Tepoz se desvaneció nuevamente entre la fronda de los árboles altos. El grupo miró a su alrededor, consciente de que estaban rodeados de secretos ancestrales y desafíos desconocidos.
Con determinación renovada, continuaron su travesía rumbo a Tamoanchan, preparados para descifrar los misterios de los árboles altos y enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.
Continuará…
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