Juan, Miguel y Natalia se adentraron en el séptimo nivel del Mictlán, conocido como Tlalocan, el Reino de los Muertos por Muerte Natural. Este nivel estaba dedicado a aquellos que habían fallecido de forma pacífica, por causas naturales como la vejez o enfermedad.
A medida que avanzaban, el ambiente se volvía más sereno y tranquilo. Los colores del paisaje se suavizaban, creando una atmósfera etérea y sosegada. Flores de diversos tonos y aromas embellecían el entorno, y una suave neblina flotaba en el aire, creando una sensación de paz y armonía.
En medio de este reino, se erguía majestuoso un templo dedicado a Tlaloc, el dios de la lluvia y la fertilidad. El templo estaba adornado con detalles de agua y vegetación, y la figura de Tlaloc se alzaba en lo más alto, con sus ojos de obsidiana y su corona de plumas.
Mientras se acercaban al templo, una suave lluvia comenzó a caer sobre ellos. Las gotas de agua acariciaban sus rostros, refrescando sus cuerpos y renovando sus espíritus. La lluvia era un símbolo de la bendición de Tlaloc, una muestra de su favor y protección en este reino de los muertos.
Dentro del templo, Juan, Miguel y Natalia se encontraron con una figura imponente. Era una representación viva de Tlaloc, un ser de aspecto divino con rasgos serenos y ojos que parecían contener la sabiduría de los siglos. Tlaloc se dirigió a ellos con una voz suave pero llena de autoridad.
«Sean bienvenidos al Reino de los Muertos por Muerte Natural. Aquí, los fallecidos encuentran descanso y renacimiento. Pero también hay desafíos que deberán enfrentar para demostrar su valía», dijo Tlaloc, mientras sus palabras resonaban en el templo.
Juan, Miguel y Natalia escucharon atentamente las palabras del dios de la lluvia y sintieron su presencia divina en cada fibra de su ser. Sabían que debían superar las pruebas que les esperaban para demostrar su determinación y merecer la bendición de Tlaloc.
Guiados por el dios, se adentraron en los jardines del templo, donde se encontraron con un laberinto de senderos y cascadas. El sonido del agua en movimiento llenaba el aire, mezclándose con el canto de los pájaros y el suave murmullo del viento.
Las pruebas en Tlalocan eran tanto físicas como mentales. Debían sortear caminos embarrados, cruzar riachuelos tumultuosos y escalar cascadas resbaladizas. Además, debían resolver acertijos y enigmas relacionados con la naturaleza y la vida.
En cada desafío superado, sentían la presencia de Tlaloc cerca, guiándolos y otorgándoles fuerza. El poderoso dios de la lluvia estaba complacido con su determinación y les brindaba su protección en este reino de los muertos por muerte natural.
Finalmente, Juan, Miguel y Natalia llegaron al corazón del templo, donde un altar sagrado se alzaba en honor a Tlaloc. Allí, realizaron una ofrenda de flores y agua, expresando su gratitud por la guía y la bendición del dios.
En respuesta, una lluvia suave y sanadora cayó sobre ellos, purificando sus almas y renovando sus energías. Se sintieron imbuidos de una fuerza renovada y sabían que estaban un paso más cerca de alcanzar su objetivo en el laberinto de los dioses.
Con el regocijo en sus corazones y la protección de Tlaloc a su lado, Juan, Miguel y Natalia se prepararon para continuar su travesía en el siguiente nivel del Mictlán, sin saber lo que les deparaba en el reino de los muertos por muerte violenta.
A medida que dejaban atrás el Reino de los Muertos por Muerte Natural, Juan, Miguel y Natalia sentían una conexión profunda con la naturaleza y la vida. Las enseñanzas de Tlaloc y la belleza de su reino les recordaban la importancia de valorar cada momento y apreciar la fugacidad de la existencia.
Mientras avanzaban hacia el siguiente nivel, podían escuchar el suave susurro de la lluvia y sentir la frescura del rocío en sus rostros. La presencia de Tlaloc los acompañaba en cada paso, recordándoles que la vida era un ciclo eterno de renacimiento y transformación.
Además, durante su travesía, encontraron un grupo de almas que habían alcanzado la paz en Tlalocan. Eran ancianos y ancianas que habían vivido vidas plenas y habían dejado un legado de sabiduría y amor. Estas almas les compartieron sus historias y consejos, recordándoles la importancia de vivir con pasión y propósito hasta el último aliento.
Impregnados de la esencia del Reino de los Muertos por Muerte Natural, Juan, Miguel y Natalia se sentían fortalecidos y listos para enfrentar los desafíos que les esperaban en el próximo nivel. Con la bendición de Tlaloc y la sabiduría de los ancianos, se adentraron en la oscuridad del Mictlán, ansiosos por descubrir lo que les deparaba el futuro.
Continuará…