Capítulo 5: El Reino de la Inocencia (Chicunauhmictlan)

Juan, Miguel y Natalia cruzaron el umbral del primer nivel del Mictlán y se adentraron en el segundo nivel: Chicunauhmictlan, el Reino de los Niños. A medida que avanzaban, un aire de dulzura y pureza los envolvía, y podían escuchar risas lejanas y susurros traviesos. A medida que se adentraban en este reino, una suave brisa acariciaba sus rostros y el sonido de risas infantiles llenaba el aire.

El paisaje se transformó ante sus ojos. El suelo estaba cubierto de flores multicolores y los árboles parecían cobijar nidos con aves cantoras. El resplandor dorado del sol se filtraba entre las ramas, creando un ambiente cálido y reconfortante. Se encontraron rodeados de prados verdes y flores de colores brillantes. Las risas provenían de niños y niñas que jugaban y correteaban por los campos, llenos de alegría y vitalidad.

Mientras caminaban por senderos estrechos, los aventureros se encontraron con pequeñas figuras que jugaban y reían. Eran los espíritus de los niños que habían partido antes de recibir el bautismo. Sus rostros eran luminosos y llenos de alegría, y los invitaban a unirse a ellos en sus travesuras.

«Es un lugar hermoso, lleno de vida y energía», comentó Natalia mientras observaba a los pequeños disfrutar de su eterna juventud.

Miguel, con una mirada de nostalgia en sus ojos, añadió: «En este nivel, los niños que murieron antes de ser bautizados encuentran paz y consuelo. Es reconfortante verlos felices aquí».

Juan, conmovido por la escena, se acercó a un grupo de niños que jugaban con burbujas de colores. Uno de ellos, un niño de cabellos dorados, se le acercó y le tendió la mano. «¿Quieres jugar con nosotros?», preguntó con una sonrisa radiante.

Juan aceptó la invitación y se unió a la alegre actividad. Las burbujas flotaban en el aire, reflejando la luz y llenando el entorno con su brillo efímero. Era como si en ese momento, en medio del Mictlán, el tiempo se detuviera y solo existiera la inocencia y la felicidad de aquellos niños.

Juan, Miguel y Natalia compartieron una mirada de asombro y ternura. Aunque el Mictlán era un lugar de muerte y oscuridad, este nivel estaba impregnado de inocencia y esperanza. Era un recordatorio de que incluso en la tristeza y la pérdida, la vida sigue vibrando en formas inesperadas.

Mientras jugaban, Natalia observaba a Juan con ternura y se acercó a él. «Es hermoso ver cómo te conectas con estos niños. Aquí encuentran paz y amor, y tú les brindas una compañía especial», dijo con suavidad.

Juan sonrió, sintiendo un cálido vínculo con los pequeños. «En medio de este viaje peligroso, es reconfortante encontrar un lugar donde la inocencia y la alegría prevalecen. Me recuerda la importancia de proteger y preservar la vida», expresó.

De repente, una niña pequeña, vestida con ropas tradicionales aztecas y una corona de flores, se acercó a ellos con una sonrisa juguetona. Era Xochitl, una de las guardianas del Chicunauhmictlan.

«¡Bienvenidos al Reino de la Inocencia!», exclamó Xochiquetzal con entusiasmo. «Aquí, los niños que nunca fueron bautizados encuentran consuelo y alegría. Pero también hay desafíos que deben enfrentar para avanzar». Xochil, la diosa de la belleza y la fertilidad, quien se acercó a ellos. «Los niños aquí son guardianes de la esperanza y la inocencia. Su presencia ilumina los corazones de aquellos que se aventuran en el Mictlán», les dijo con calma.

Juan, intrigado, le preguntó a Xochitl sobre los desafíos que les esperaban. La niña les explicó que debían superar pruebas de habilidad y coraje para ganar la bendición de los niños y continuar en su búsqueda.

Guiados por Xochitl, Juan, Miguel y Natalia se sumergieron en las pruebas del Chicunauhmictlan. Cruzaron puentes delicados y se enfrentaron a enigmas mágicos que desafiaban su lógica. Cada prueba superada les otorgaba la bendición de los niños y los acercaba más a su objetivo.

Mientras avanzaban, notaron que las risas y los susurros de los niños se volvían cada vez más intensos. Podían sentir su presencia a su alrededor, alentándolos y guiándolos en su travesía. Los niños del Chicunauhmictlan habían encontrado paz en este nivel, pero deseaban ayudar a los vivos a cumplir su misión.

A medida que avanzaban, el ambiente se volvía más denso y oscuro, y los sonidos de risas se desvanecían lentamente. Se encontraron frente a una imponente puerta tallada con símbolos misteriosos y adornada con flores marchitas. Era el acceso al siguiente nivel del Mictlán, el reino de los elementos.

Antes de cruzar la puerta, Xochitl se acercó a ellos con seriedad en sus ojos brillantes. «El nivel de los elementos es un lugar de pruebas y desafíos. Cada uno de ustedes deberá enfrentar su propia prueba relacionada con uno de los elementos: tierra, agua, fuego y aire», les advirtió.

Juan, Miguel y Natalia asintieron con determinación, preparándose para lo que les esperaba. Sabían que este siguiente nivel sería una prueba de su valentía y habilidades, pues la misma prueba la tuvieron anteriormente con Quetzalcoatl.

La puerta se abrió lentamente y un viento frío los envolvió mientras ingresaban al reino de los elementos. El paisaje era vasto y diverso, con montañas imponentes, ríos tumultuosos, llamas danzantes y corrientes de aire que susurraban palabras antiguas.

Natalia se encontró frente a un torrente de agua furioso que bloqueaba su camino. Confiando en su conexión con los elementos, cerró los ojos y respiró profundamente. Sus manos se elevaron hacia el cielo y, con un movimiento fluido, canalizó su energía hacia el agua. Lentamente, el torrente se calmó, permitiéndole avanzar.

Miguel se enfrentó a una pared de fuego ardiente que bloqueaba su camino. Recordando las enseñanzas de sus antepasados, invocó su valentía interior y caminó directamente hacia el fuego. En lugar de quemarlo, el fuego lo acogió, formando un arco de llamas que le permitió pasar ileso.

Juan se encontró en medio de un campo de tierra movediza, cada paso que daba parecía hundirlo más. Con astucia y agilidad, saltó de una porción de tierra firme a otra, esquivando las trampas del terreno traicionero hasta llegar al otro lado.

Finalmente, los tres se reunieron en un claro abierto donde el viento soplaba con fuerza. Sus cabellos se agitaban y sus ropas se llenaban de aire. El viento los desafiaba a mantenerse firmes y resistentes. Juan, Miguel y Natalia extendieron sus brazos, permitiendo que el viento los envolviera, demostrando su capacidad de adaptación y flexibilidad.

Al completar sus pruebas individuales, una figura etérea se materializó frente a ellos. Era nuevamente Quetzalcoatl, el dios serpiente emplumada, quien los felicitó por su valentía y dominio de los elementos.

«Vuestra fuerza y sabiduría han sido puestas a prueba y habéis salido victoriosos. Habéis demostrado ser dignos de continuar en vuestro viaje. El siguiente nivel os espera, pero recordad siempre las lecciones aprendidas aquí. Los elementos son poderosos, y su equilibrio debe ser respetado», dijo Quetzalcoatl con solemnidad.

Los aventureros asintieron, agradecidos por su guía y bendiciones. Con renovada determinación, se adentraron en el siguiente nivel del Mictlán, sabiendo que aún enfrentaban desafíos mayores y misterios más profundos. Después de enfrentar la última prueba, Juan, Miguel y Natalia se encontraron en el centro del reino de los niños, frente con sus palabras resonando en sus almas, Juan, Miguel y Natalia continuaron su travesía en el nivel de los niños, sintiendo la protección y la guía de los pequeños guardianes del Mictlán.


Continuará…

Grupo Editorial Phonix Diurna | Editorial Liberum Imperivm

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