Después de superar las pruebas anterior, los tres exploradores siguieron su camino hacia el centro del laberinto. El camino era cada vez más complejo y las trampas se hacían más peligrosas.
Finalmente, llegaron a una enorme sala que parecía ser el corazón del laberinto. En el centro de la sala había una gran plataforma elevada, en la cual estaba el tesoro que tanto anhelaban: un cofre dorado.
Juan, Miguel y Natalia avanzaron con cautela hacia la plataforma. De repente, un mecanismo de defensa se activó y un muro de fuego se levantó entre ellos y el cofre. La única forma de apagar el fuego era mediante la resolución de un acertijo.
Los tres exploradores trabajaron juntos para resolver el enigma y finalmente lograron desactivar el muro de fuego. Sin embargo, antes de poder abrir el cofre dorado, una figura oscura apareció de la nada.
– Bienvenidos al segundo nivel – una extraña silueta emergió del fondo del lugar, quien los estaba esperando.
Era un ser con cuerpo humano y cabeza de serpiente, que se presentó como Quetzalcóatl, el dios azteca del conocimiento y la sabiduría. Quetzalcóatl les advirtió que el tesoro que buscaban estaba protegido por una maldición y que quien lo abriera sería castigado por los dioses.
Juan, Miguel y Natalia se encontraban en una sala circular observando los grabados en las paredes que indicaban el camino hacia el próximo nivel del laberinto. De repente, una voz familiar los interrumpió.
– Me alegra ver que han llegado tan lejos en el laberinto-, dijo Quetzalcoatl, el dios serpiente, apareciendo frente a ellos.
Los jóvenes se sorprendieron al ver al dios frente a ellos, pero se mantuvieron en calma y respetuosos.
– Quetzalcoatl, ¿qué nos puedes decir sobre este lugar? –, preguntó Miguel.
– El Mictlán es un lugar peligroso y lleno de trampas, pero también esconde muchos secretos y tesoros -, respondió el dios serpiente. – Deben tener cuidado al avanzar y estar atentos a cualquier señal o pista que encuentren-.
-¿Hay alguna forma de salir del laberinto?-, preguntó Natalia.
Quetzalcoatl se detuvo frente a los tres jóvenes aventureros y los miró con seriedad. – Deben tener cuidado –, les advirtió solemnemente. – El tesoro que buscan está protegido por una maldición. Si lo abren, estarán desafiando a los dioses y serán castigados por ello-.
Natalia, Miguel y Juan intercambiaron miradas preocupadas. – ¿Qué tipo de castigo? – preguntó Miguel, temblando un poco.
– Los dioses son impredecibles- , respondió Quetzalcoatl. – Podrían haceros sufrir de la peor forma posible. O podrían mostrar piedad y simplemente quitaros el tesoro. Pero no debéis arriesgarse. Respetad a los dioses y su poder-.
– Lo entendemos –, dijo Juan con firmeza. – No queremos desafiar a los dioses. Solo queremos explorar el laberinto y aprender más sobre nuestra cultura –.
Quetzalcoatl asintió, apreciando la determinación del joven. – Muy bien –, dijo. – Pero tened cuidado. El laberinto es peligroso, incluso sin la maldición. Pero si encontráis el tesoro, no lo abráis. Y si encontráis algo que os parece sospechoso, deteneos y consultadme antes de continuar-.
Los tres jóvenes asintieron solemnemente, conscientes de la responsabilidad que habían adquirido. Sabían que debían respetar a los dioses y su poder, y que si cometían algún error, tendrían que enfrentar las consecuencias. Pero estaban decididos a explorar el laberinto y descubrir los secretos que se ocultaban allí.
Juan, Miguel y Natalia avanzaban por el segundo nivel del Mictlán, buscando pistas que les llevaran al tesoro que tantoles mencinó Quetzalcoatl. Este nivel estaba compuesto por un largo pasillo adornado con grabados de los cuatro elementos: tierra, agua, fuego y aire.
Natalia señaló hacia los grabados y dijo: – ¡Miren! Cada uno de estos grabados representa un elemento, tal vez debamos encontrar algo relacionado con ellos para avanzar-.
Miguel asintió y comenzaron a inspeccionar el pasillo en busca de alguna pista. De repente, un extraño sonido comenzó a resonar en el pasillo, un sonido que parecía provenir de las paredes.
– ¿Qué es ese ruido? – preguntó Juan.
– Creo que viene de allí –, respondió Natalia, señalando hacia una de las paredes.
Se acercaron a la pared y notaron que un pequeño orificio había aparecido. Miguel se agachó y observó a través del agujero, encontrándose con una llave dorada del otro lado.
– ¡Encontré la llave que necesitamos para avanzar! – exclamó Miguel.
Con la llave en mano, continuaron avanzando por el pasillo hasta llegar a una gran puerta de piedra. Miguel insertó la llave en la cerradura y la puerta se abrió, revelando un enorme salón adornado con objetos de los cuatro elementos.
– Creo que estamos en el lugar correcto –, dijo Natalia con una sonrisa.
De repente, una fuerte ráfaga de viento comenzó a soplar en el salón, seguida por una lluvia repentina. Las llamas de las velas y antorchas se intensificaron y comenzaron a crepitar, mientras que el suelo temblaba bajo sus pies.
– ¡La maldición! – gritó Juan, – ¡Tenemos que salir de aquí!-
Intentaron correr hacia la salida, pero la puerta se había cerrado y estaba bloqueada. La habitación comenzó a llenarse de humo y la temperatura se elevó rápidamente.
– ¡No podemos morir aquí!- exclamó Miguel desesperadamente.
De repente, la voz de Quetzalcoatl resonó en sus cabezas: – ¡Los dioses están probando su valor! Deben demostrar su coraje y habilidades para salir de aquí vivos y continuar su búsqueda -.
Con el corazón palpitante, Juan, Miguel y Natalia se prepararon para enfrentar lo que sea que los dioses les pusieran en el camino.
Continuará…
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