El Mictlán es un lugar misterioso y peligroso, que se extiende por debajo de la superficie terrestre. Un laberinto de oscuros pasajes, templos sagrados y criptas funerarias. En cada nivel del Mictlán, los viajeros encuentran diferentes peligros y desafíos, como criaturas monstruosas y espíritus malignos, que pueden engañar y atrapar a los incautos. El aire es denso y húmedo, y la iluminación es tenue, casi inexistente, por lo que es fácil perderse en la oscuridad. Pero también hay lugares de belleza indescriptible, como lagos cristalinos y jardines exóticos, que contrastan con la crudeza y el peligro que caracteriza al inframundo azteca. El Mictlán es un lugar fascinante y aterrador, donde solo los más valientes pueden aventurarse en su búsqueda de tesoros y conocimientos.
Después de leer las incripciones grabadas en aquella pared inmensa, Juan, Miguel y Natalia caminaban cautelosamente por el primer nivel del Mictlán, sintiendo una extraña tensión en el aire. A su alrededor, la oscuridad era abrumadora, pero de vez en cuando una pequeña llama proveniente de una antorcha de Miguel iluminaba el camino.
Los tres se encontraban en una estrecha caverna de roca oscura, cuyas paredes parecían casi vivas, respirando y moviéndose lentamente. La oscuridad de la cueva hacía que los sonidos parecieran más intensos, haciendo eco por todo el lugar. Escucharon el susurro de las rocas al moverse y el goteo del agua de algún lugar cercano.
Natalia estaba adelante, con su mochila de equipo a la espalda, moviendo con habilidad su antorcha para iluminar el camino. Juan seguía detrás, atento a cualquier sonido o señal, mientras que Miguel cerraba la fila. Ellos estaban en el primer nivel del Mictlán, pero la sensación que experimentaban era más intensa de lo que habían imaginado.
De repente, Juan señaló una pequeña abertura en la pared de la cueva. La abertura era muy pequeña, pero podían ver la tenue luz de una lámpara detrás de ella. Miguel se acercó a investigar y notó que la abertura no estaba completamente sellada. Con un poco de esfuerzo, logró abrirla lo suficiente para que los tres pudieran pasar a través de ella.
Al otro lado, se encontraron en una sala grande y abierta. La habitación estaba llena de antiguas reliquias y tesoros, pero lo más llamativo era una gran estatua de obsidiana en el centro de la habitación. La estatua representaba a una deidad desconocida y parecía estar mirando fijamente a los tres exploradores.
Juan y Natalia caminaban por la Gran Sala del primer nivel del Mictlán, maravillados por la majestuosidad de la arquitectura antigua. Mientras Juan trataba de tomar algunas notas en su libreta, Natalia parecía más interesada en explorar los alrededores.
– Esta sala es impresionante, no puedo creer lo bien conservado que está todo. – Exclamó Juan
– Sí, es increíble pensar que esta estructura tiene miles de años de antigüedad. Pero no podemos perder tiempo aquí, hay mucho por explorar en los niveles inferiores. – advirtió Natalia
– Tienes razón, tenemos que mantenernos enfocados en nuestra búsqueda. ¿Alguna idea de por dónde deberíamos empezar?
– Creo que deberíamos buscar algún indicio de la ubicación del artefacto sagrado en los murales o inscripciones. Los antiguos mexicanos solían dejar pistas en sus edificios y artefactos.
– Eso tiene sentido. Pero no será fácil, estas inscripciones son muy detalladas y hay cientos de ellas.
– No te preocupes, confía en mí. Yo he estudiado mucho la cultura antigua mexicana y puedo guiarnos en nuestra búsqueda.
– Genial, me alegra tener a alguien con tanta experiencia a mi lado. Vamos entonces, hay mucho por hacer aquí abajo.
El sonido de las botas resonaba en el suelo de piedra mientras caminában por el primer nivel del Mictlán. Mirando a su alrededor y vieron las paredes decoradas con jeroglíficos y esculturas de dioses aztecas.
De repente, escucharon un ruido sordo y un temblor en el suelo. -¿Qué fue eso?-, pregunto Juan en seco. Natalia lo miró y luego señaló hacia un pasillo oscuro. – Debemos seguir adelante-, dijo con determinación.
Miguel se acercó a las rocas y examinó la abertura con detenimiento. Juan se acercó a él.
– ¿Qué crees que hay detrás de esas rocas? – preguntó Juan a Miguel
– No lo sé, pero algo me dice que no es algo bueno.
– ¿Por qué lo dices?
– Porque en el Mictlán, nunca se sabe lo que puede haber detrás de cada esquina. Además, este acceso parece estar oculto, como si alguien hubiera tratado de mantenerlo fuera de la vista.
– ¿Qué deberíamos hacer entonces?
– Debemos tener cuidado y estar preparados para lo que pueda suceder.
– Si quieres mi opinión, creo que deberíamos explorar ese acceso. Podría conducirnos a algo importante. – dijo Natalia
Juan y Miguel se vieron uno al otro y moviendo la cabeza en afirmación dijeron al unísono – De acuerdo, vamos a hacerlo.
– Pero debemos estar alerta. No sabemos qué nos espera al otro lado. – volvió advetir Miguel.
Caminaron con cuidado sobre un puente de madera que cruza un abismo profundo, con el sonido de las pisadas resonando en el vacío. Se aferraron a las barandillas de madera mientras cruzaban, sintiendo sus corazones latir con fuerza.
Miguel lideraba ahora el grupo, caminando con cuidado por el puente y revisando que todo estuviera estable. Juan lo seguía, sosteniendo con fuerza la barandilla mientras miraba hacia abajo, sintiendo la intensa sensación de vértigo.
Natalia se detuvo en seco detrás de Juan, agarrándolo del brazo para que no se moviera más.
– Juan, ten cuidado. El viento es fuerte aquí arriba y este puente parece antiguo. – dijo Natalia
– Lo sé, Natalia. Pero tenemos que seguir adelante. ¿Miguel, estás seguro de que este puente aguantará nuestro peso?
– Sí, Juan. He cruzado este puente muchas veces antes y nunca ha fallado.
– Está bien, confiaré en ti. Pero vamos despacio.
Miguel asintió y continuó caminando por el puente, con Juan y Natalia detrás de él. El viento soplaba con fuerza y el sonido del crujido de la madera hacía que el corazón de Juan latiera a mil por hora.
– ¡Ya estamos cerca! Solo tenemos que llegar al otro lado del puente y seguiremos nuestro camino.
– Dios mío, no sé si puedo hacerlo. – Natalia se sentía en duda
– Sí puedes, Natalia. Confía en ti mismo y en nosotros. – la alentó Juan.
El grupo logró cruzar finalmente el puente, llegando al otro lado del abismo con alivio. Continuaron su camino por el primer nivel del Mictlán, listos para enfrentar lo que el inframundo les tenía preparado.
Después de cruzarlo, Juan, Miguel y Natalia llegaron a un amplio pasillo iluminado por antorchas. A medida que avanzaban, escuchaban los sonidos de criaturas extrañas moviéndose en la oscuridad a su alrededor.
De repente, escucharon un fuerte rugido que hizo temblar las paredes del pasillo. Juan sacó su linterna y apuntó hacia donde venía el ruido. Allí, en la distancia, vieron a un enorme jaguar negro, sus ojos brillando en la oscuridad mientras se acercaba hacia ellos.
Miguel rápidamente sacó su cuchillo y se preparó para luchar, pero Natalia le detuvo. – Es mejor que no lo provoques- , advirtió. – Los jaguares son sagrados para los aztecas. Dejémoslo pasar.-
El jaguar se detuvo frente a ellos y los examinó con atención antes de desaparecer en la oscuridad. Juan, Miguel y Natalia continuaron su camino, conscientes de que no estaban solos en el inframundo.
Después de caminar durante varios minutos, llegaron a una segunda cámara subterránea. En el centro de la habitación, había un gran pedestal tallado en piedra, sobre el cual descansaba un objeto brillante que emitía una extraña energía.
Juan se acercó cautelosamente al pedestal y examinó el objeto. – Creo que hemos encontrado lo que estábamos buscando-, dijo emocionado. – Este artefacto podría ser la clave para cambiar el curso-.
Finalmente, dentro de esa misma cámara subterranea llegaron a una gran puerta de piedra. Miguel la empujó con fuerza, y el sonido de la piedra raspando contra el suelo llenó la habitación.
– Bienvenidos al segundo nivel – una extraña silueta emergió del fondo del lugar, quien los estaba esperando.
Continuará…
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