A la mañana siguiente, Juan se había levantado de un salto, mirando confusamente a sus alrededores y se dió cuenta que todo era un extraño sueño; una vez tomado la postura se sentó en su escritorio y miró el mapa que su abuelo le había regalado antes de fallecer; Juan se encontraba en su modesto estudio en la Ciudad de México, examinando con atención el antiguo mapa de su abuelo.
Sentía una mezcla de emoción y nerviosismo, ya que el mapa lo llevaba directamente al Mictlán, después de la muerte de su abuelo, había sentido un fuerte llamado a explorar sus raíces culturales y descubrir sus secretos ocultos.
Decidió que era hora de emprender la aventura y poner en marcha su plan. Sin embargo, sabía que no podía hacerlo solo. Necesitaba ayuda en esta peligrosa aventura. Recordó a una enigmática investigadora misteriosa que había conocido en una conferencia arqueológica, Natalia, quien tenía una reputación de ser una experta en mitología azteca. Juan se puso en contacto con ella y le propuso unirse a su búsqueda en el Mictlán. Natalia, intrigada por el mapa y por los posibles descubrimientos que podrían hacer, aceptó la propuesta de Juan.
Juan también necesitaba a alguien que conociera los peligros del Mictlán y pudiera guiarlos a través de sus laberintos subterráneos. Miguel, un experimentado guía que había explorado previamente el Mictlán, se unió al grupo. Miguel conocía los mitos y leyendas del inframundo azteca como la palma de su mano, y su experiencia sería invaluable en esta peligrosa aventura.
La luz de la mañana comenzaba a iluminar el horizonte mientras Juan se preparaba para su viaje al Mictlán. Miró el mapa, estudiando cada detalle con cuidado. Sabía que se enfrentaba a una aventura peligrosa, pero la emoción y la curiosidad lo impulsaban a seguir adelante.
Juan se dirigió a la plaza de la Ciudad de México, donde se había acordado encontrarse con Natalia y Miguel. Ese día Natalia llegó primero, con su cabello negro y sus ojos penetrantes que parecían escrutar cada rincón. Juan la saludó con un gesto de cabeza y se dio cuenta de que tenía un aire de misterio y determinación que lo intrigaba. Poco después, Miguel se unió a ellos, con su apariencia robusta y su experiencia palpable en su andar.
–¿Estamos listos para la aventura? –exclamó Miguel con entusiasmo mientras ajustaba su mochila.
Juan asintió, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo. Había oído hablar de los peligros del Mictlán, pero su determinación de descubrir los secretos ocultos detrás del mapa era más fuerte.
–Vamos a necesitar todo nuestro ingenio y valentía para enfrentarnos a lo que encontraremos allí abajo – advirtió Natalia con una sonrisa.
Juan y sus compañeros se adentraron en las colinas, siguiendo el mapa antiguo que los guiaba a través de un denso bosque. El aire se volvía más frío a medida que descendían hacia las profundidades del inframundo.
Pasaron las horas de caminata; finalmente llegaron a la entrada de un laberinto subterráneo. Una abertura oscura se abría ante ellos, emitiendo corrientes de aire frío que siseaban como serpientes, similar a la de su sueño.
–Aquí es donde empieza nuestra verdadera aventura – dijo Miguel con voz grave, mientras encendía una antorcha para iluminar su camino.
Juan y Natalia intercambiaron miradas determinadas y se adentraron en el laberinto, siguiendo a Miguel de cerca. Los túneles eran estrechos y oscuros, con paredes de piedra que parecían cerrarse sobre ellos. El sonido de sus pasos resonaba en el silencio sepulcral.
De repente, escucharon un ruido gutural que los hizo detenerse en seco. Juan apretó los puños, listo para cualquier cosa. De las sombras emergió una figura alta y esquelética, con una capa de plumas de cuervo que se agitaba con el viento. Era Mictlantecuhtli, el señor del inframundo, tal y como lo había imaginado Juan en sus peores pesadillas.
-¿Qué hacen aquí? – dijo Mictlantecuhtli
Juan se quedó sin palabras por un momento, mientras observaba a Mictlantecuhtli con temor. La figura alta y esquelética vestida con una capa de plumas de cuervo parecía imponente y poderosa. Natalia, tomó la palabra. Con su voz suave pero firme, le habló a Mictlantecuhtli.
-Hemos venido en busca de un artefacto sagrado, señor del inframundo – dijo Natalia, manteniendo la compostura mientras enfrentaba al dios azteca-. Sabemos que es peligroso adentrarnos en el Mictlán, pero estamos dispuestos a enfrentar los desafíos que se nos presenten -.
Mictlantecuhtli miró a los tres con una mirada seria e imponente, después, soltó una risa gutural que resonó en los oídos de Juan. Luego, se inclinó hacia adelante y dijo:
– No es fácil salir del Mictlán una vez que has entrado. Muchos han intentado antes y han fracasado. Pero si realmente deseáis el artefacto sagrado, entonces debéis enfrentar mis pruebas.
Juan asintió, decidido a cumplir su misión. Miguel, se mantuvo en silencio, pero su mirada mostraba su determinación, mientras que Mictlantecuhtli comenzaba a reir por segunda vez.
Mictlantecuhtli les indicó que debían atravesar nueve niveles del Mictlán, cada uno más peligroso que el anterior, para llegar al lugar donde se encontraba el artefacto sagrado. Miguel, con su experiencia en la selva y su conocimiento de los peligros, sería quien los guiaría y protegería en cada paso del camino. A pesar de los desafíos y obstáculos que enfrentaban, el grupo se mantenía unido y decidido a seguir adelante.
Mictlantecuhtli tomó su bastón y golpeandolo tres veces en el suelo, las paredes retumbaron y comenzaron a abrirse de par en par. El viaje sería arduo, y sabían que estarían enfrentándose a terrenos difíciles y al clima implacable. Sin embargo, la emoción de la búsqueda los impulsaba hacia adelante. Miguel los guió a través de estrechos pasajes y oscuros túneles, hasta que finalmente emergieron en un amplio espacio subterráneo iluminado por antorchas.
Juan y Natalia se maravillaron ante la grandiosidad del lugar. Las paredes estaban cubiertas de intrincadas pinturas muralistas que representaban a los dioses aztecas. Miguel los recordó como advertencia sobre los peligros que les esperaban en el Mictlán, pero también les aseguró que estarían preparados para enfrentarlos.
El trío se adentró en el laberinto del Mictlán, siguiendo el mapa con cuidado. Sólamente Mictlantecuhtli los veía como se adentraban y seguía riendo de manera burlona, la luna llena iluminaba débilmente el camino mientras el trío, avanzaba con cautela a través del oscuro y empedrado lugar. Su mente estaba llena de inquietud y ansiedad, pero seguía adelante.
A medida que avanzaban, Juan se maravillaba con la complejidad y la belleza del Mictlán. Había templos y palacios tallados en piedra, lagos subterráneos con aguas cristalinas y jardines exóticos que parecían imposibles en ese oscuro mundo subterraneo.
Continuará…
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