Prólogo

La oscuridad era absoluta. Apenas podía ver mi mano delante de mi rostro. Me encontraba perdido en un laberinto subterráneo de túneles, lleno de corrientes de aire frío que siseaban como serpientes.

De repente, escuché un ruido que hizo que se me helara la sangre. Era un sonido gutural, como de algo que arrastrara sus pies por el suelo. Me quedé inmóvil, esperando que el sonido desapareciera.

Pero no desapareció. Al contrario, se hizo más fuerte, hasta que pude ver una silueta que se recortaba contra el fondo de la oscuridad. Era una figura alta y esquelética, con una capa de plumas de cuervo que se agitaba con el viento.

¿Quién eres? – pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

-Soy Mictlantecuhtli -respondió la figura, con una voz cavernosa que hacía eco en las paredes del laberinto-. El señor del inframundo.

De repente, me vi rodeado de un ejército de esqueletos, cada uno de ellos armado con lanzas y arcos. Me di cuenta de que había llegado al Mictlán, el inframundo de la mitología azteca, y que tendría que luchar para salir con vida.

Esa misma noche fría y oscura en el corazón de México. La luna brillaba débilmente en el cielo, mientras yo caminaba por las calles empedradas del pueblo. Me sentía inquieto y ansioso, pero no podía explicar por qué. De repente, escuché un sonido extraño, como si algo se arrastrara en la oscuridad. Me detuve y miré alrededor, pero no vi nada.

De repente, un fuerte viento sopló y las hojas secas de los árboles crujieron debajo de mis pies. Una sombra se movió en la oscuridad, y entonces la escuché. Una risa que venía de ninguna parte. Una risa que me hizo estremecer.

Un día, mientras investigaba en una remota aldea, encontró un extraño objeto de oro. Los aldeanos le dijeron que lo habían encontrado en una tumba antigua en las colinas cercanas. Era un objeto enigmático, con símbolos extraños y desconocidos.

Después de estudiar el objeto durante semanas, finalmente descifré su significado. Era un mapa del Mictlán, con todas las trampas y peligros marcados claramente.

Intrigado y temeroso, el antropólogo decidió que debía ir al Mictlán. Sabía que era una empresa peligrosa, pero no podía resistirse a la oportunidad de explorar el inframundo y descubrir sus secretos.


Grupo Editorial Phonix Diurna | Editorial Liberum Imperivm | 1° Edición

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